El joven escritor, a quien ya conocíamos como el editor de Textofilia, presenta su primera novela. La ha publicado ERA con el padrinazgo de Eduardo Antonio Parra y El pacto de la hoguera refleja a un autor maduro y entusiasta de la que es posible esperar buenas cosas.
Ciudad de México, 6 de enero (SinEmbargo).- El joven escritor Alfredo Núñez Lanz nos había “engañado”. Durante mucho tiempo estuvimos viéndolo como un editor –y sí lo es, al frente de Textofilia-, pero no sabíamos nada de su raíz literaria, algo que ensayó junto a Ana García Bergua y Eduardo Antonio Parra, sus dos padrinos.
Narrada a dos voces por dos jóvenes de orígenes y bandos en apariencia distintos, El pacto de la hoguera, la primera novela de Alfredo, nos traslada al Tabasco socialista de los años 1930, cuando se prohibió el culto católico y se quemaron iglesias a manos de los llamados Camisas Rojas, organización paramilitar al servicio del gobernador Tomás Garrido Canabal.
El 30 de diciembre de 1934, un grupo de Camisas Rojas llegados a la capital para desfilar ante el presidente Lázaro Cárdenas disparó a los feligreses que salían de misa en la iglesia de San Juan Bautista, en Coyoacán, causando muertos y heridos.
Este primer trabajo cuenta la historia de la devoción a un Cristo rescatado del incendio de una iglesia, el Señor de las Llamas, al que la feligresía va trasladando de casa en casa para protegerlo.
Alfredo en cambio dice que “es una historia de amor, de una necesidad de posesión desgarrada y sin esperanzas, en el doloroso y contradictorio silencio impuesto a quienes sufrían por el amor que aún no osaba decir su nombre”.
“Desde siempre escribo, el otro día mi madre sacó un cuentista que tenía como fecha en 1991, desde una temprana edad. Esta es mi primera novela, antes había sacado dos libros para niño. Fíjate que al principio El pacto de la hoguera era para mí un cuento, pero no podía darle un final, que diera todo un círculo, hasta que me di cuenta de que tenía que dejarlo respirar, soltarlo y volver a él. Esto te estoy hablando de hace 11 años. En el 2014 me dieron la beca del FONCA, de novela, y fue como pude dedicarme a escribir durante 2015, tuve esa oportunidad”, cuenta Alfredo Núñez Lanz.
–¿Recibiste consejos de algunos escritores?
–Es una novela que tiene muchos padrinos. José de la Colina, Ana García Bergua y Eduardo Antonio Parra fue mi tutor durante todo el año en que escribí. Él me propuso a ERA para publicarla. Con Ana voy a una tertulia literaria, donde van otros escritores como Antonio del Toro y Fabio Morábito, y cada vez que iba les leía un capítulo.
–¿El Pacto de la hoguera rescata muchas cosas históricas que no se conocían mucho?
–Sí, es sobre los años 20 y 30 y narra el gobierno de Tomás Garrido Canabal, un personaje contradictorio. Hizo muchas cosas buenas como el voto femenino, pero también fue muy sanguinario. Persiguió a la religión católica y obligaba a casarse a los sacerdotes porque si no los fusilaba. Era un dictador. Lo llamaban “El Atila del sureste”. De 1921 a 1935, cuando fue su caída completa, Canabal dominaba todo, incluido a gobernadores que ponía a su antojo.
–Cuentas que Lázaro Cárdenas le hizo un homenaje
–Es que era un líder muy carismático. Hoy hay carencia de líderes. En ese tiempo, los Camisas Rojas, que eran sus huestes, estaba formada por jóvenes que lo seguían a muerte. Hubo Camisas Rojas hasta en Sonora.
–¿Cómo descubriste esta historia?
–Es la historia de mi bisabuelo. Tomás Garrido Canabal prohibió el alcohol, antes de prohibirlo humillaba a la gente en los bares, donde había mandado a sacar las puertas y se veía la cola de los bebedores, que tenían que agacharse para tomar. Mi abuelo pasaba en cayucos pasando aguardiente en latas y eran en las madrugadas, cuando no estaban los Camisas Rojas. Mi abuelo, además, salvó una imagen de Jesús de una quema pública, cuando hacían hogueras en lo que llamaban los “miércoles antifanáticos” y obligaban a la gente a asistir y a repetir consignas. Era una época muy convulsionada, que te hacía preguntar qué pasa con los que no son Camisas Rojas, pero que tampoco son creyentes, ¿eran como outsiders?
–A través de ellos narras la historia
–Está narrada a dos voces, es la perspectiva de Amador Lugardo y José Romero, que representa a mi bisabuelo. El otro es un Camisa Roja. Crecen juntos, pero se separan ideológicamente en la adultez. Tarde o temprano se encuentran y avanzan un poco juntos para el desenlace.
–¿Qué tiene que ver la historia de aquel México con este México actual?
–Creo que nosotros siempre buscamos una identidad colectiva. Ahora, por ejemplo, no es un momento de mi país donde haya una ideología predominante, no hay un liderazgo clara. Hay una gran indiferencia y sobre todo miedo a pertenecer a una facción o a otra. El Tabasco de esa época y el México en sí tienen una gran diferencia con el actual, pero el gran denominador común que es la corrupción. El primo del gobernador era la cabeza del tráfico del alcohol, como pasa ahora con el narco.
–¿De dónde te viene el deseo de narrar?
–De mi abuela, recuerdo que tenía una cortina con venaditos y otros animales y ella para hacernos dormir nos contaba historias. La novela para mí es fundamental para contar historias.